La falacia del “buen uso” del móvil en niños

Cuando en 1982 se creó el estándar GSM o sistema global para las comunicaciones móviles 2G de alguna manera implícita se había decidido que el futuro tecnológico de las telecomunicaciones pasaba por que cada ciudadano del mundo tuviera un teléfono móvil.

Después vino el 3G, el 4G y los teléfonos que se conectaban por internet. Les llamaron “inteligentes” y la extensión de su uso entre la población llevó aparejada la desaparición de las cabinas telefónicas, que en España se reguló en la Ley de telecomunicaciones de 2019. En ese momento se decidió que nuestras queridas cabinas desaparecerían tres años después.

Todos estos cambios tecnológicos han sido decididos por algunos adultos pero, ¿alguien pensó en los niños y jóvenes? ¿Cómo podrían comunicarse si desaparecían las cabinas públicas y, además, no tenían la madurez suficiente para gestionar dispositivos como los denominados teléfonos “inteligentes”?

Yo tenía 14 años en 1994 y todavía recuerdo llamar por teléfono con un par de monedas a casa de mi mejor amiga porque no aparecía a la hora acordada donde habíamos quedado. “¿Está en casa Fulanita?”. “Sí, salió hace 15 minutos”, te contestaba la madre.

Y, redactando este artículo, me acabo de enterar de que las redes 2G, las que usamos las personas que tenemos móvil antiguo, sin internet, desaparecerán en unos pocos años para liberar espacio de las radiofrecuencias y dedicarlo al 4G y 5G. Nos obligan a tener móvil con internet o no tener nada y vivir completamente desconectados. La industria ha decidido que ya no somos rentables y nos impone el impuesto revolucionario tecnológico: o pagas tu cuota mensual de llamadas y datos o, por ejemplo, si estás en carretera y sufres un accidente, no podrás llamar a nadie.

Pero, vuelvo a la pregunta inicial. ¿Qué pasa con los niños de 12 años que empiezan el instituto y necesitan estar comunicados con sus familiares? ¿Alguien pensó en los efectos de los móviles en ellos? ¿En su atención, en su falta de paciencia, en su impulsividad? ¿En las tonterías que podían llegar a hacer con ellos, como pelearse en grupos de Whatsapp o buscar contenido inapropiado? ¿Alguien pensó en la necesidad que han desarrollado de rellenar cada hueco vacío de la vida diaria con un videojuego o ver si hay alguna “notificación” o pasar videos de tiktok entre conversaciones familiares? ¿Es que acaso ya no saben simplemente aburrirse o no hacer nada en esos tiempos muertos?

¿Quién ha decidido todo esto? ¿Han sido las familias? ¿Han sido los ingenieros de telecomunicaciones? ¿Han sido los políticos? Yo, una simple madre, desde luego, no. Nadie me preguntó.

Legalmente, los niños no pueden trabajar hasta los 16 años, con lo cual el teléfono móvil, la conexión y los datos, los pagan los padres desde su cuenta bancaria. Legalmente, también, los niños no pueden dar su autorización para el uso de sus datos personales hasta los 14 años en España, 16 años en el RGPD europeo. Por ejemplo, Whatsapp dice en sus Términos y Condiciones que su uso es para mayores de 13 años, es decir, si tienes menos de esa edad tampoco podrías usarlo ni siquiera con autorización parental. Sin embargo, lo están usando niños de 6º de Primaria y de 1º de la ESO (hablamos de niños de 10, 11, 12 años). Esto está ya totalmente normalizado. ¿Por qué nadie dice nada ni hace nada?

También vamos normalizando las charlas en los colegios en las que se defiende un supuesto “buen uso” de las “nuevas tecnologías”. Nos dicen que es mejor que tengan un contacto temprano con los móviles para que aprendan, que nosotros estemos presentes con ellos, que les acompañemos en el proceso y demás blablablá. La realidad es que los conflictos son casi diarios, ya que no tienen la madurez emocional y cognitiva para gestionar la herramienta y las consecuencias de su uso en otras personas. Son niños y hacen cosas de niños. Hasta aquí todo normal. Lo extraño es que los adultos, sus padres, hagan con el móvil lo que no harían jamás con otras cosas que tienen prohibidas por ley, como conducir un coche o consumir alcohol y tabaco.

Por eso, yo no defiendo el “buen uso”; defiendo la prohibición de teléfonos móviles con internet en niños hasta los 18 años. Es decir, los niños solamente podrían usar móviles de llamadas, sin internet, los 2G, los denominados coloquialmente “móviles de abuelo”. Sí, esos que van a desaparecer en breve. Nos ahorraríamos conflictos, distracciones, fotos no deseadas que se propagan entre grupos, adicciones a aplicaciones varias.

Un padre puede controlar el uso que su hijo hace de una app en el ordenador de casa, porque está con él. Pero un padre no puede controlar el uso que su hijo hace por la calle, en el instituto, en los trayectos en metro, en las esperas y otros momentos “vacíos”. No puede controlar que le haga una fotografía a otro niño que no quiere que se la hagan y mucho menos puede controlar su difusión. Sin embargo, el móvil va a nombre del progenitor. Y las consecuencias legales y económicas las pagará el padre.

Una de las aplicaciones más peligrosas para los niños es Whatsapp; curiosamente, la más útil para muchos padres. En esa app se montan peleas, se acosa, se ríen de otros niños, se difunden fotos…

Yo desconozco si Whatsapp está cumpliendo de forma correcta o no el RGPD. ¿Han firmado los padres un consentimiento expreso e inequívoco, con DNI de por medio y prueba de filiación, de que autorizan a sus hijos pequeños a usar esta herramienta? Si como padre no has firmado nada con Whatsapp, se podría interpretar que no lo has autorizado y que tu hijo usa esa app de forma tácita, sin que tú lo sepas. Y, si es menor de 13 años, estarías incumpliendo los términos y condiciones de la propia aplicación y podrían cancelar la cuenta del niño sin previo aviso.

Eso, en cuanto a la protección de los datos personales y sus derivas legales. Pero, ¿qué pasa con las sociales y emocionales? ¿Qué nos dice la AEP? Curiosamente, los pediatras no parecen muy interesados en la legislación y viceversa; los legisladores no parecen muy interesados en la pediatría. A río revuelto, ganancia de pescadores.

La Asociación Española de Pediatría lo que nos dice es que hay que hacer un Plan Digital Familiar que “pretende que mediante la educación de nuestros hijos y la nuestra disminuyamos los riesgos del uso inadecuado de la tecnología, y que esta se aprenda a utilizar de forma positiva para ellos y vuestra familia”. De nuevo, la falacia del “buen uso”, cuando por la falta de madurez y acompañamiento hacen imposible que exista ese uso correcto.

Esta falacia, la sostiene por ejemplo el grupo de trabajo de Salud Digital del Comité de Promoción de la Salud de la Asociación Española de Pediatría, cuando dicen: “Los estudios científicos no han demostrado, por el momento, que las prohibiciones indiscriminadas en el uso de los dispositivos móviles supongan un beneficio para la salud de los niños y adolescentes”[1]. Pero, claro, la ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia, como diría Carl Sagan. Hay que resaltar que este mismo comunicado reconoce que no hay medidas para que, simplemente, se cumpla la ley: “Igualmente, consideramos que se deben instaurar medidas para que se cumpla la regulación actual en cuanto a la limitación de edad en el uso de las redes sociales y que se desarrollen sistemas para que exista         una limitación real de acceso por parte de los menores a contenido adulto”.

Cualquier familia que tenga un hijo con un teléfono sin internet sabe que está tranquila porque los líos en los que se puede meter son mucho menores de los líos en los que se meten los niños que tienen grupos de Whatsapp y otras mil aplicaciones. Se llama conocimiento empírico y sentido común, no hace falta que venga un grupo de investigación del MIT a demostrarlo. Y, de hecho, la Academia Americana de Pediatría y la Sociedad Canadiense de Pediatría dicen que los niños hasta los dos años no deberían tener contacto alguno con la tecnología. Es decir, para determinadas edades sí consideran que no puede existir un “buen uso”. ¿Por qué a los 2 y no a los 18 para los teléfonos con internet?

Una asociación que, en mi interpretación, también se ha manifestado en el sentido del “buen uso”, en lugar de una prohibición de determinadas aplicaciones hasta los 18 años, ha sido Save the children. Afirma su director, Andrés Conde: “De la misma forma que no prohibimos a la infancia salir de casa porque hay peligros, no podemos con esa excusa prohibirles el acceso a internet. La entrada en la red debe ser progresiva y adaptada a cada edad, siguiendo las recomendaciones pediátricas, de ciberseguridad y de salud mental. Las personas adultas debemos acompañar a niños y niñas en este uso, enseñarles a protegerse y a comportarse en internet, y darles pautas para una ciudadanía digital respetuosa y protectora[2]”. Pero, ¿cómo es posible ese acompañamiento si los padres no están con los niños de 11 y 12 años cuando estos se conectan? Ese acompañamiento solo es posible en casa, pero no fuera de casa. Y así vemos a niños por la calle que van al colegio o al instituto caminando por la acera mirando una pantalla y jugando a videojuegos. Están totalmente ausentes del aquí y el ahora de la realidad material. Su cuerpo camina por el suelo, pero su mente no está mirando hacia el frente, no percibe los olores, la visión del cielo, la sensación térmica del exterior, si se puede tropezar, si puede venir un coche que está saliendo del garaje, si hay un niño cerca con el que podría charlar o saludar de camino al colegio…

Esta misma ONG afirma que el anteproyecto de ley de protección de menores de edad en los entornos digitales[3] “es una medida fundamental para limitar el acceso a contenidos nocivos, y debe plantearse desde una perspectiva que proteja la intimidad e identidad de la infancia y la adolescencia”. Y, afirma su director respecto a los controles parentales: “nuestra organización aboga por que estos no se apliquen sin más, sino que su utilización sirvan como punto de partida para una conversación en la familia sobre límites y contenidos, y que se informe a los chicos y chicas sobre los mismos. Las medidas de control en sí mismas no generarán usuarios responsables”.

La realidad es que el anteproyecto de ley de protección de menores en los entornos digitales, aunque positivo (porque retrasa la edad del consentimiento que pueden dar los menores por sí mismos de los 14 años actuales a los 16), es insuficiente para protegerlos, ya que autoricen o no sus padres, la realidad material es independiente de nuestros deseos, y los chavales no tienen la madurez psicológica ni legal para hacerse responsables de sus actos. Además, el uso de estas plataformas está afectando a su crecimiento, su salud psicosocial de forma muy negativa. Todas las enfermedades mentales en adolescentes están aumentando. Sin embargo, el elefante en la habitación sigue sin verse y nadie quiere conectar los puntos.

¿Son los móviles aparatos apropiados para niños? En muchos productos, el Ministerio de Consumo obliga a que se marque una edad apropiada para su uso. Ya hemos hablado de protección de datos y pediatría, pero, por ejemplo, para los juguetes hay una normativa que regula la edad recomendada de uso que es el Real Decreto 1205/2011, de 26 de agosto, sobre la seguridad de los juguetes. Es curioso que un móvil de juguete sí entre dentro del ámbito de esta ley; sin embargo, los móviles al tener un objetivo principal que se considera comunicativo y no lúdico, no se consideran juguetes.

¿Cuál es el problema de esta definición o delimitación de lo que es o no un juguete? Que en el mundo real los niños sí están usando estos dispositivos como juguetes. Por ejemplo, usan el Whatsapp de forma lúdica, experimentan con “stickers” y memes, subiendo y bajando fotos a sus estados,  haciendo videos… Sí, los móviles son juguetes porque los niños los usan como tales. Los niños juegan con todo lo que tienen a su alcance y está bien, son niños y esa es su naturaleza.

Lo que no se comprende muy bien es por qué los adultos han asumido que sus hijos tienen la capacidad de gestionar estas herramientas sin hacer un balance de beneficios y riestos asociados a los mismos.

No hay más que ir a un cumpleaños de 6º de Primaria (11-12 años) para ver que si un niño saca un móvil se hace un corrillo y ya no hay otro tipo de juegos ni socialización. No hay más que ver a un grupo de niños a la salida del instituto para ver que todo gira en torno al móvil y tienen conversaciones disruptivas e intermitentes que van de la pantalla al rostro de un ser humano y del rostro de un ser humano vuelven a la pantalla. Esta falta de interacción cara a cara hace que sea más complicado para estas generaciones aprender qué significan las expresiones faciales, el lenguaje no verbal, el tono de voz y todas esas sutilezas de la comunicación.

Y ahora cómo padres, ¿qué vais a hacer? ¿Vais a esperar que dentro de unas décadas se compruebe como este experimento en tiempo real no ha sido positivo para los niños? ¿No deberíamos ser prudentes y aplicar un principio de precaución por la salud de nuestros hijos?

¿Cómo vais a “acompañar” a vuestros hijos en el “buen uso” del móvil si, cuando los usan, como en el camino de ida y vuelta al instituto, vosotros ni siquiera estáis presentes?

¿Cuántos partes y expulsiones por conflictos en los grupos de Whatsapp tiene que haber en los institutos? ¿Por qué se castiga a los niños? ¿Por ser niños y jugar de forma inmadura con un juguete para el que no están preparados? ¿Por qué no se empieza a castigar a los padres ya que el móvil está a nombre de ellos y son ellos los que han hecho entrega de ese dispositivo a sus hijos? ¿Por qué no se castiga a las aplicaciones que no están cumpliendo la ley ni el deber moral de proteger a la infancia?

Y, por último, ¿cuándo la AEPD va a tomar cartas en el asunto e investigar por qué todas estas aplicaciones no piden consentimiento explícito e inequívoco a los padres? ¿Qué más tiene que ocurrir? ¿La Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) no tiene nada que decir tampoco? ¿Y el Ministerio de Educación? ¿Y la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid?

Depresión, aislamiento social, pérdida de empatía, ansiedad, pérdida de control sobre la propia imagen, burlas, acoso… Repito: ¿Qué más tiene que ocurrir?

¿Alguien ha realizado una evaluación económica de lo que supone destruir psicológicamente a una generación entera? ¿Cuánto vamos a tener que gastar en psicólogos y psiquiatras para arreglar este desaguisado? ¿Podemos asumir la saturación de la justicia y los gastos en abogados de todos los casos que terminan judicializados en los institutos españoles? Realmente el Estado, que es quien controla qué aplicaciones funcionan en España y cuáles no, ¿no puede hacer nada?

Conclusiones

La prohibición del uso de móviles con internet en niños y jóvenes hasta los 18 años debe basarse en argumentos madurativos y legales. No están capacitados psicológicamente para usarlos y tampoco se hacen responsables legalmente de las consecuencias de su uso; por no hablar de que ni siquiera pueden pagar ni el teléfono ni la cuota a la empresa de telefónica correspondiente.

Por tanto, si quisiéramos resumir las condiciones que deben darse para poder tener móvil yo propongo las siguientes:

  1. Tener madurez psicológica y autocontrol para dominar la herramienta y que no les domine a ellos.
  2. Asumir la responsabilidad civil y legal de sus acciones y de lo que hagan con la herramienta.
  3. (Opcional). Asumir la responsabilidad económica del mantenimiento de la línea telefónica y los datos.

Alternativas

La ley española de las telecomunicaciones debe poner en el centro el derecho a las comunicaciones como servicio público. Debe haber teléfonos públicos en centros de salud, oficinas de correos, estaciones de metro, autobús y trenes. Y no hace falta gastarse dinero en cabinas. Basta con que, en estos lugares, por ley, si un niño tiene que comunicarse con sus padres, por la razón que sea, pueda hacerlo y la ley le ampare. Por ejemplo: si un niño se queda sin batería en una estación de tren, ¿cómo puede avisar a su madre de que llega tarde o de que se ha quedado sin dinero para pagar el billete?

En teoría, la Ley General de Telecomunicaciones (Ley 9/2014) implica el derecho de acceso universal a los servicios de telecomunicaciones pero la realidad es que no se cumple en el caso de los niños porque nadie pensó en ellos. ¿O quizás fue al revés y se pensó demasiado en ellos y en el jugoso pastel que supone que una familia de cuatro miembros, por ejemplo, tenga que pagar, cuatro líneas de móvil con uso de datos? Aquí dejamos, por ahora, estas humildes reflexiones sobre el estado de la cuestión.

Este escrito es solamente un punto de partida para que este tema entre dentro del debate social y educativo. Muchas veces, ciertos sectores escolares se tiran de los pelos por la “privatización” de los servicios y después asumen como algo natural la privatización de las comunicaciones que ha supuesto el teléfono móvil. Por no hablar de como se defiende “lo público” y después cómo nos gusta echarnos en brazos de aplicaciones como Classdojo o Google Classroom en lugar de potenciar la herramienta pagada con los impuestos de todos. Dicen que va lenta… A lo mejor si no tuviéramos no sé cuantos miniestados con sus respectivas consejerías y departamentos de educación y sus respectivos presupuestos, con toda la duplicidad o multiplicidad que esto conlleva, se podría haber diseñado una aplicación mejor. O a lo mejor no haber diseñado ninguna, que todavía es más barato. Esa sería mi opción, prescindir de la tecnología cuando no aporta absolutamente nada a la educación de nuestros hijos. ¿Qué aporta la tecnología de las tablets y la pizarra digital que no aportara una pizarra clásica, un libro, un cuaderno y un lápiz? La prueba la tenemos en que nuestra sociedad cada vez usa más estos dispositivos y cada vez es más ignorante, tiene menos pensamiento crítico, ha perdido la capacidad de contemplación y de conectar con el otro.

Pero, bueno, no me hagáis mucho caso. Soy solo una madre rarita que no tiene “smartphone” y cree en potenciar la inteligencia natural antes que la artificial.

 

[1] https://www.aeped.es/sites/default/files/comunicado_salud_digital_aep.pdf

[2] https://www.savethechildren.es/notasprensa/nuevo-informe-casi-9-de-cada-10-adolescentes-se-conectan-varias-veces-al-dia-internet-o

[3] Anteproyecto de ley de protección de menores de edad en los entornos digitales: https://www.mpr.gob.es/servicios/participacion/Documents/ANTEPROYECTO%20DE%20LEY%20ORG%C3%81NICA%20PARA%20LA%20PROTECCI%C3%93N%20DE%20LAS%20PERSONAS%20MENORES%20DE%20EDAD%20EN%20LOS%20ENTORNOS%20DIGITALES.pdf

Los transhumanistas no pueden entender a Jorge Manrique

Cuando se acercan las ya instauradas festividades frikis y horteras de Halloween, el único recurso que le queda a una sociedad que tiene miedo a enfrentar el verdadero recuerdo de sus ancestros, he decidido hacer un homenaje a la Coplas por la muerte de su padre de Jorge Manrique.

Para Jorge Manrique la vida es breve pero es preparación de la siguiente, la eterna. En la concepción transhumanista es más importante la banal operación de cirugía estética y descubrir el elixir de la eterna juventud que cultivar la virtud. Rechazan el cristianismo, rechazan el catolicismo, pero en realidad lo que odian es el concepto de virtud, que es anterior y ya estaba en la cultura helenística y romana. El cultivo de las virtudes clásicas les ahuyenta como el ajo a los vampiros: fortaleza, justicia, prudencia y templanza. Salen por patas, sobre todo, en cuanto oyen hablar de principio de precaución.

Os dejo dos videos de las emisiones de este nuevo canal experimental en el que compartir reflexiones sobre el mundo que nos ha tocado vivir.

Estaba equivocada en (casi) todo

Llevo casi los últimos 30 años de mi vida despotricando de la Iglesia Católica por “represiva”, “autoritaria”, por estar en contra de que la gente “sea feliz” con sus inclinaciones y deseos. Ahora soy consciente, con 44 años y 4 hijos, de que estaba equivocada y la Iglesia Católica tenía razón. Tenía razón con el divorcio, el aborto y la sexualidad humana. Ahora lo veo. Ahora, que veo cosas que cuando era una niña pensé que nunca sucederían como, por ejemplo, ministras incapaces de dar una definición de lo que es ser una mujer. O personas que compran el cuerpo de una mujer para gestar un bebé con el esperma de un hijo fallecido y el óvulo comprado a una desconocida. Ahora veo que la Iglesia tenía razón. Lo veo en las vidas de las personas que se han alejado de las enseñanzas de Dios y de la Iglesia: vidas rotas, fragmentadas, que no saben lo que es comprometerse en el amor para toda la vida y formar una familia, en lo bueno y en lo malo.

Mis hijos me han llevado hacia Dios y de vuelta hacia la Iglesia. Pido disculpas públicas por mi intención de apostatar (intención frustrada, menos mal) y por todos mis ataques. No basta con confesarse y ser perdonado. Debo intentar, con mis obras, arreglar el desaguisado que haya podido dejar con todas mis equivocaciones.

Sé que escribo poco ya en este blog porque estoy pasando una época con muy poco tiempo para dedicar a esta afición. Además, dado el estado del mundo actual, sé muy bien que internet cada vez va a estar más y más censurado por los mismos que decían defender la libertad de conciencia y pensamiento. Voy haciéndome mayor y veo más el alcance de las grandes mentiras culturales que nos enseñaron. Sin embargo, en este terreno de la palabra estandarizada que es este repositorio virtual de unos y ceros, hay que recordar de vez en cuando que el mundo real es el que está en el cuerpo y el alma de las personas, que respiran, que tocan, que tienen un corazón que late, que tienen músculos que se atrofian si no se les ejercita, que sienten hambre cuando les falta alimento, que sienten tristeza y alegría… Uno no puede enemistarse con la ley natural ni con la gravedad, ni con su propio cuerpo ni con la propia forma de transmitir la vida entre las generaciones. Cuando el enemigo es la realidad, hay poco que hacer. La realidad siempre gana. Y hay determinados proyectos de sociedad y de ser humano que no son funcionales ni sostenibles, por mucha voluntad, ideología, idealismo y empeño que se ponga.

Por cierto, que haya vuelto a la Iglesia no significa que me haya vuelto una pusilánime amante de las versiones eclesiásticas de guitarrita de los Beatles y Dylan que pretendían modernizar la liturgia y se han vuelto viejas al instante. Tampoco soy una experta en teología ni en el Concilio Vaticano II ni aprecio el gusto estético de las parroquias urbanas de frío ladrillo.

Solamente busco a Dios.

La sirenita, de Hans Christian Andersen

He realizado este audiolibro sobre este famoso cuento, en un proceso de autoformación y aprendizaje sobre el arte de locutar textos. Pero, sobre todo, he escogido esta obra porque creo que es fundamental en la época actual. Es un cuento que trata sobre el deseo y la represión del deseo en pos de un bien mayor. No voy a extenderme más por ahora en el análisis del texto y del autor, y de las versiones que se han realizado en los últimos años sobre esta obra, en la que se da un giro de 180º sobre el sentido original. En los tiempos actuales, no está de moda atarse al mástil ni la represión de ninguno de nuestros deseos. Sin embargo, la paradoja es que, bajo las apariencias de la sociedad de consumo, quizás no hayamos vivido una época en la que el nivel de represión en el ser humano haya sido mayor.

Entre el disparate y la mediocridad

Fotograma de “La invasión de los ladrones de cuerpos” (1956)

Vivimos tiempos históricos. Posiblemente nunca antes en la historia de la humanidad hubo una sociedad más sumisa y obediente, con masas de gente deseando no destacar. El que se mueve no sale en la foto, así que mejor mantenerse calladito hasta que las narrativas oficiales, los chascarrillos de tal o cual presentador nos den la orden de hablar. Una vez obtenido el argumentario del gurú mediático de moda comienza la repetición; uno escucha la mismas frases por aquí, por allá, en la radio, en las conversaciones de cafetería, en las comidas familiares… La gente ya no tiene personalidad, son bots de twitter y whatsapp.

Una época así no puede dar genios, pero tampoco gente que, sin destacar por sus virtudes, pueda brillar con luz propia y originalidad. Lo que más se valora es la obediencia ciega a la masa, a la autoridad, a la Academia, al poder, al político de turno. Los obedientes son los que ascienden, el mérito y la capacidad los dejamos para otro día. Si hay que dar la turra a los niños con la agenda 3014, les damos la turra con la agenda 3014. ¿Cómo osar criticar los planes de estudio? Si hay que hablar mal del hombre de paja del mes, del maléfico del momento durante el minuto de odio diario, se hace sin rechistar. Toda la ira del pueblo debe ir dirigida hacia chivos expiatorios que pueden ir alternándose según el momento. A veces incluso pueden solaparse y en el podium de villanos puede haber varios a la vez. Otras veces, el santo pasa a demonio de un día para otro, quienes decían A ahora dicen B sin ningún rubor. ¿A quién tenemos que aplaudir hoy? ¿A quién toca apedrear? Da igual, el caso es crear masa, manada, crear pensamiento único y dirigir las flechas hacia el objetivo deseado.

Todo esto puede parecer un disparate, pero está pasando ante nuestros ojos. ¿El resultado? La gente brillante o simplemente espontanea, no estereotipada, se va quedando marginada, aislada, en el exilio interior. Efectivamente, nadie quiere quedarse solo pensando “diferente”, es algo innato en nuestra especie esa necesidad de pertenencia a un grupo.

Por otro lado, el perfecto ciudadano cumplenormas vive en un permanente autoengaño, realmente se cree las mentiras que le cuentan, que los malos son los otros, que la gente con ideas diferentes son los culpables de todo, los desobedientes, los disidentes, los que niegan a los nuevos dioses imperiales.

Una sociedad así solamente puede ir al desastre espiritual, moral y socioeconómico, está destinada al fracaso y la autodestrucción. La mediocridad solo sabe copiar, no inventar; es incompatible con la creatividad necesaria para buscar soluciones a los problemas. Si, además, los problemas son falsos o están mal planteados, con sesgos ideológicos, podríamos estar entrando en un círculo vicioso sin salida. Un pueblo de obedientes puede acabar despeñándose por el precipicio; una masa de ciudadanos que funciona a la caza de la subvención o el bono social, que dice lo que se espera que debe decir para conseguir un plato de arroz o una tarjeta con CBDC, es carne de cañón para cualquier disparate que pueda suceder. Y es que vamos de disparate en disparate, de emergencia en emergencia y tiro porque me toca.

Si las elites intelectuales, económicas y políticas piensan por un momento que todo se va a solucionar mediante el control total de la cartilla de racionamiento digital o renta básica universal están muy equivocados. En una sociedad mediocre no hay vencedores y, si el barco se hunde, nos hundimos todos. No hay refugios en el metaverso, ni bunker ni viaje a Marte que puedan servir para sobrevivir al desplome total de nuestra cultura y del individuo moderno.

Así que más nos vale pensar en un nuevo Renacimiento.

En primer lugar, rezar.

Resistir.

No envilecerse.

No corromperse.

No caer en la tentación.

Atarse al mástil cuando sea necesario.

Volver a los clásicos, a las fuentes originales y no a los refritos plagados de leyendas negras.

Conocer las fuentes, saber de dónde procedemos, saber cómo hemos llegado hasta aquí.

Apoyarnos en nuestros seres queridos, en los abrazos y besos, en el contacto físico real con nuestros semejantes, en la risa, el deporte y los bailes.

Ser integradores y transversales.

Decidir si vamos a enfrentarnos a la mediocridad o vamos a huir.

Si es momento de refugiarse o de salir del armario.

Si debemos ocultar, por el momento, que todavía seguimos siendo humanos.

Arrogancia desde la torre de control

Los adoradores de la Diosa de la Razón nos dicen que antes todo era oscuridad, que éramos ignorantes hasta que llegaron ellos y el método científico. Sin embargo, el ser humano sobrevivió en las peores condiciones sin su existencia. ¿Cómo se explica esta aparente paradoja?

Todos los días me sorprendo de la magia del cuerpo humano. ¿Cómo puede respirar sin que yo tenga que decírselo? ¿Cómo he podido gestar cuatro hijos y crear sus cuerpos sin tener que dar órdenes? Imaginen por un momento: ahora crea un cerebro, ahora una manita, ahora su corazón, ahora los ojos… Todo se fue creando como un automatismo milagroso, ajeno a mi voluntad consciente, ajeno a mis deseos, imparable, como en una especie de posesión. ¿Será algo divino? Debe de serlo, no puede haber otra explicación. Sé que la ciencia me podrá explicar el cómo, a un nivel superficial, pero no a un nivel más profundo. Mucho menos podrá decirme el por qué o el para qué de la vida.

La verdad es que podemos dar gracias a que llegamos hasta aquí gracias a conocimientos prácticos sobre la realidad, sobre la naturaleza: cómo cazar un bisonte, cómo hacer una cesta, cómo moldear cerámica, cómo plantar un huerto, cómo cuidar a un bebé… Ensayo y error, transmisión de saberes entre generaciones, confianza en los ancianos de la tribu, confianza en las madres…

Si mi supervivencia dependiera de acordarme de hacer latir mi corazón, seguramente ya habría muerto. Afortunadamente, late “solo” sin mi permiso. Sé que hay filosofías que me permitirán respirar más lento, relajar mi sistema nervioso o entrar en otras dimensiones de conciencia, pero la realidad es que, si vivimos, es porque hay una inteligencia superior que se nos escapa… Yo no sé cómo se pasó de lo inerte al primer microorganismo vivo, pero sé que una vez que la vida nació ya no hubo marcha atrás. Sin necesidad de ningún científico ni hombre de Razón. Ante este milagro solamente podemos sorprendernos y conmovernos, renunciar a nuestra arrogancia impertinente y disfrutar de lo sublime, de lo bello, de lo verdadero. Lo más probable sea que solo podamos arrodillarnos y rezar. ¿Arrodillarse? Ya no se lleva… ¿Cómo vamos a arrodillarnos en señal de respeto hacia algo tan inconmensurable y misterioso que no logramos comprender?

Somos ignorantes y lo seremos siempre, y cuanto más sabemos, más alejado nos parece que está el conocimiento global de cualquier materia. Y menos sabemos, como decía Sócrates. Pero el hombre actual no puede permitirse reconocerse ignorante y eso mismo le hace peligroso en sus decisiones. No es consciente de sus propios sesgos, incluso cuando más habla de sesgos a los demás.

Un mundo en el que todo funcione gracias a un señor que aprieta botones desde una torre de control o un panóptico no funcionará jamás, le pese a quien le pese, porque la complejidad es tanta, que habría de ser un Dios el que lo hiciera. Y precisamente Dios creó, pero permitió después que sus criaturas tuvieran libertad de acción, tanto consciente como inconsciente, tanto voluntaria como fruto de instintos que escapan a la razón, que están en los animales y también en los seres humanos, matizados por la cultura y la consciencia.

No minusvaloremos a las sociedades tradicionales que no conocen o no conocían el método científico. Ellas no tienen que demostrar nada, nuestra cultura sí. Ellas sobrevivieron durante milenios, la nuestra está por ver si sobrevivirá.

No desechemos tan pronto lo mamífero que hay en nosotros, lo instintivo, lo intuitivo, lo espontáneo y azaroso. Puede que algún día nos salve la vida.

Al final, no hace falta elegir entre el mundo de la razón y fe, la ciencia y lo sobrenatural, el milagro, Dios. Porque si Dios existe, también nos dio libertad y raciocinio para llegar en algún momento de la historia a la escritura, los números, las letras, la astronomía, las matemáticas en una suerte de inteligencia colectiva que se ha ido retroalimentando a lo largo de los siglos, con los encuentros entre civilizaciones y también en las conversaciones entre sabios y aprendices, entre padres e hijos.

Seamos menos arrogantes.